Beachub

Estoy en Beachub, en la isla de Ko Pha Ngan al sur de Tailandia. Famosa por sus fullmoon parties y justo estos días por un espeluznante asesinato, se sitúa Beachub. Es un coworking y coliving construido hace algunos años, dicen por un americano que ya no se le ve por aquí. La gestión la lleva una mujer tailandesa que apenas habla inglés. Un chico tailandés, probablemente descendiente de la misma rama, desenrrolla y enrolla a diario los plásticos que cubren los laterales de la construcción principal, donde se ubica el coworking.

Coworking

En su momento álgido debía ser un sitio muy frecuentado. Las mesas son de obra y los asientos una variada colección de sillas y sillones de oficina, recogidos probablemente de múltiples sitios y lejos de esta isla. Ko Pha Ngan no tiene edificios modernos ni rastro de oficinas. Todo son construcciones bajas, de arquitectura efímera y sorprendentemente resistentes a los fuertes vientos que deben cruzar de vez en cuando estas islas del Golfo de Tailandia.

Entorno

Dicen que la profundidad máxima en todo el Golfo y cuya extensión se parece más a un mar que a un gran entrante, es de cuarenta metros. Para nadar por la mañana con marea baja, hay que caminar buenos cincuenta metros mar adentro para cubrirse medio cuerpo.

En función del tiempo, el color del mar es de un azul turquesa. La arena es de color marrón castaño claro; cuando brilla el sol, parece blanco. El agua es transparente y se aprecian las enormes extensiones del coral que protegen Beachub del constante oleaje. Las olas no son muy elevadas. La extensión del golfo probablemente no permite el desarrollo de un oleaje oceánico, aunque el viento es constante y las corrientes, dicen, fuertes.

Equipamiento

Me he levantado temprano. Estoy sentado en el porche junto a una sencilla mesa de madera y aposentado en una silla cuadrada bastante incómoda. Había ido al coworking a prepararme un café de filtro. Hay de todo en la recepción: agua, cafetera, café, té, azúcar, miel, papel higiénico puesto en un rollo vertical a modo de servilletas, incluso hay galletas y muchos plátanos.

Como todo lo que llevamos viendo en estos dos años en Asia, el aspecto en su conjunto es provisional. Los espacios son improvisados con materiales reaprovechados o restos de otras obras que hacen su función. El fregadero de la cocina es una enorme cavidad hecha de cemento, ennegrecida por su prologado uso y la porosidad del material, de dudosa higiene, aunque no preocupante. Uno se acostumbra a la improvisación, a las condiciones de supervivencia en unas sociedades en pleno desarrollo. En los sitios que hemos vivido, no hay ningún afán de perfeccionismo ni armonía constructiva. No solemos pisar los refugios de los resorts. La belleza asiática que hasta ahora hemos conocido, está en los detalles, no en su conjunto.

Atractivo del lugar

Las casas hasta Beachub, algunas en construcción y otras abandonadas, con sus tejados metálicos y multicolor, paredes pintadas y jardines silvestres, dan una sensación de atractiva decadencia. Kai, un programador alemán que habita desde hace unos meses el bungalow contiguo al nuestro, me decía que no vendría a este sitio si fuera perfecto. El semi abandono del lugar respira una mezcla entre declive y encanto. No hay ninguna expectativa de etiqueta por parte de los visitantes temporales de este sitio. Uno puede ir en chancletas, descalzo, bañador o simplemente ropa cómoda. El fondo durante las videoconferencias hay que difuminarlo, de lo contrario no es inhabitual ver personas semidesnudas paseándose por detrás en busca de café o agua.

Coliving

El coliving está formado por unos pocos bungalows. Son construcciones simples, de una habitación y baño con ducha. Están equipadas con agua caliente y aire acondicionado. La cama es amplia y muy dura. Las sábanas apenas tapan el colchón y las mantas, hechas de un tejido acrílico ligeramente acolchado, no invitan a taparse. La primera noche no dormimos bien. No teníamos ninguna expectativa de comodidad, pero tampoco nos esperábamos tanta simplicidad. Ahora que han pasado días, ya nos hemos acostumbrado y entiendo a Kai. Para vivir se necesita realmente muy poco y si no se ha vivido grandes lujos, vivir en Beachhub tiene su atractivo.

Nueva generación

Sentado ahora en el porche del bungalow, viendo delante de mí el Golfo de Tailandia, oyendo las olas rompiéndose en el arrecife y los cantos de los pájaros en la selva que rodea este oasis efímero, me doy cuenta de la riqueza de esta experiencia. Nadie nos ha regalado nada, llegar hasta aquí ha supuesto lanzarse al abismo, pero conseguimos desplegar las alas y estamos aprendiendo de una nueva generación. La gente joven ya no está dispuesta a regalar su vida para un trabajo de jornada infinita. No son como nosotros y hacen bien. La vida pasa y no hay vuelta atrás. Como empresarios más nos vale aprender deprisa. Si queremos que nuestras empresas tengan estabilidad laboral, aprendamos de experiencias como Beachub.

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